La voz de Isabel había perdido aquel arrebatador atractivo de antaño; sus ojos verdes no brillaban ahora cual solían brillar cuando bebía vino, cuando se retiraba delicadamente el flequillo de la frente con las yemas de los dedos, cuando corría por el pasillo para buscar la toalla, totalmente desnuda. Era quizá su naturalidad lo que brillaba; era su espontaneidad; los labios frescos cuando pintaba, la lengua escorada en la comisura de los labios cuando escribía... Una noche robó un coche del garaje porque quería volar, otro día fumó cigarrillos en un almacén de pirotecnia, incluso convirtió el oro, de incalculable valor, en láminas de pacotilla…, todos la adoraban.
El farolero
Fotos de The Fashion Spot
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