viernes, marzo 16

El Niño


Siguiendo un rastro de huesos rotos por la insondable llanura de los circuitos, un niño cabalga huidizo sobre una montura de hierros encendidos con pezuñas de goma. Los expertos, técnicos, rivales o cronistas que están en el paddock, al observar el cronómetro, se reparten las dudas y no se ponen de acuerdo: para unos tiene la reservada mirada del Llanero Solitario, para otros, es la esperada reencarnación de Billy el Niño.

A la tarde se atrinchera en el box, rodeado de su milicia de peritos, ingenieros y mecánicos, con un sonajero bajo el mono y una pegatina sobre el casco. Allí, enroscado en una maraña de manillares, estriberas y fibras, repasa con sus consejeros el cuaderno de referencia para el combate del fin de semana. Ha estado tanto tiempo domando motos, estudiando la mecánica y calculando sus variables, que aún no es capaz de distinguir cuál es la diferencia entre su cerebro y el pedal del freno.

Fundido al chasis de su Honda, bajo palio en la imprevisible mañana del domingo, ante la expectación de cachondas azafatas, patrocinadores y aficionados, se produce la mágica metamorfosis en su cuerpo: una vez más, en sus venas, permuta la sangre por el hielo.
La historia no empezó hace mucho tiempo. Su mentor le señaló con el dedo en plena orgía de talentos. Donde otros miraban a un crío frágil, tenue, casi cristalino, que aún no había cambiado los dientes, Alberto Puig vio en dos trazos, un bosquejo del futuro campeón del Mundo. Mientras los agoreros se frotaban las manos y se daban codazos entre risas ladinas tras un año de pruebas sin grandes resultados, los patronos tamborileaban sus dedos sobre el escritorio mostrando su impaciencia. Puig se mostró tozudo en su argumento: “Me quedo con Dani. El chico va tan rápido que adelantaría en la curva a su propio silbido”.

A partir de ese momento Puig metió a Pedrosa en una probeta. Diseñó al noi de Castellar del Vallés a su antojo, empleando la vieja ecuación que se aplica a los purasangres: la mitad del éxito amparada en sus propios genes, la otra mitad, obra de una buena escuela.

Pedrosa avanza imparable hacia el impar atardecer rojo de Monumental Valley en su yegua de plata. Sabe que aún teniendo una milimetrada cabeza, es necesaria una inspiración kamikaze. Al fondo le aguarda Il Dottore, sacando brillo a su potro, con la sonrisa segura del que ya lo ha ganado todo.

No nos impacientemos, llamen al pianista, saquen a las chicas y sirvan otro whisky en el Saloon. Restan ya pocas horas para el esperado duelo del O.K. Corral.
A efectos publicitarios, Dani es azul. Para nosotros, es de oro.

Capitán Akab.