domingo, junio 22

El niño Silva

Contaba el primer entrenador de Silva (Arguineguín, Gran Canaria, 1986) que cuando lo vio en el polideportivo corriendo detrás de una pelota le pareció descubrir un querubín alado. Sonaba un poco cursi el comentario, o quizás obsceno, viniendo como venía de un cuarentón con bigote que se rascaba la entrepierna. Sin embargo, el estilo final del 21 ha confirmado la impresión inicial. El chico parece completamente liviano en la balanza del juego y mantiene con la pelota el vínculo sensual que siempre distingue a los cracks de los jugadores de fútbol. El tenue canario se ha convertido en un mediapunta de zigzag, una libélula capaz de regatear tres contrarios en la barra de un pasamanos. Su relación con el balón no recuerda tanto a la conexión del pintor con el color, sino a la asociación de dos especies creativas obligadas a convivir. Tal simbiosis aparece tan vital para el niño humano como para su camarada esférico. Sin la pelota Silva es un muñeco de serrín con ojos rasgados. Sin Silva la pelota es una figura plana de cuatro líneas rectas.
Presten atención a la banda izquierda de la roja. Allí, si permanecen mirando el tiempo adecuado, verán que el niño Silva después del gol para sofocar el humo del revólver.

Javier C. Akab