El objetivo de esta crítica es contraponer el brillo espurio de las estrellas que desfilaron sobre la alfombra roja de Cannes con el mate del cine que este certamen premia, para así resaltar el evidente contraste entre el negocio vacuo y el arte de compromiso. Para ello hemos permanecido impasibles ante los bustos siliconados, y conteniendo la respiración hasta que han procedido a apilar las tumbonas que sostuvieron los culos de las principales starlets por temor a contagiar nuestra recomendación semanal con el pérfido virus del glamour.
Una vez que el puerto se ha librado de los yates, los cronistas del papel couché han pasado los recibos de gastos al departamento contable y el templete se ha quedado sin orquesta sólo resta hablar del cinema, y concretamente, de la ganadora de este festival en 2007: 4 meses, 3 semanas y 2 días (Cristian Mungiu, Rumanía, 2007). Película integrante del movimiento Relatos de la edad de oro, cuyo objetivo es contar, sin realizar referencias directas al sistema, la historia subjetiva del comunismo mediante diferentes enfoques personales que dibujen esta era de infortunio en la que la gente tuvo que vivir como si fueran tiempos normales.
El largometraje de Cristian Mungiu es una obra áspera y poco complaciente que recorre un día concreto de la realidad rumana de finales de los años ochenta, cuando el régimen de Ceaucescu era tolerado por la progresía europea.
Los espectadores asistimos, de improviso, como testigos a la vida de Otilia y de Gabita (Anamaria Marinca y Laura Vasiliu), dos estudiantes de la Universidad Politécnica que viven el momento previo a una devastadora cita en un sórdido hotel del centro de Bucarest.
La película nos describe, en tiempo real, un mundo a punto de resquebrajarse y hacerse añicos. La mirada de dos mujeres asomadas a la cornisa del abismo. El miedo y el horror de jugar de jugar una partida importante de la vida con una mala baza entre las manos. Por este motivo, el espectador asiste paralizado a un trayecto que, para sortear la asfixia dominante, debe desviarse hacia el infierno.
Este viaje lo realizamos junto a Otilia, una criatura frágil y bella, de heroica fortaleza interna, cuya modesta generosidad conduce en todo momento al discurrir de la narración (salvo una amable excepción). Se trata de la amiga que todos deseamos tener. La mujer que, sin duda, cualquiera elegiría como compañera de piso, de vida o de escuadrón. El ritmo de la película es el ritmo de Otilia.
En cuanto al tema, la narración de Mungiu nos libra de todo tópico, de toda moralidad, mediante el carácter documental, casi testimonial del film. Esta circunstancia condiciona el tratamiento formal de la película constituyéndose a base de tomas largas y, sobre todo, planos fijos con el que el director es capaz de capturar la mayor acción posible de la escena. No hay música para subrayar las emociones, con lo que el relato llega de forma directa, sin filtros, al espectador.
La cinta es inmensa gracias a su capacidad de plantear un análisis del conflicto, al mismo tiempo, analítico y estilizado, de rodar simultáneamente una imagen metafórica y testimonial. Se trata un polémico tema de actualidad, humano y femenino, que concita tantas adhesiones como disputas.
La película, finalmente, se cierra con una pregunta a la audiencia. En el último plano la protagonista se gira hacia la cámara y con una mirada cargada de plomo alcanza al atónito público.
¿Quieres saber cómo es el mundo?, ¿o prefieres hipnotizarte con los flashes?
Guillermo T. Coyote
El trailer
Una escena de la película
martes, junio 10
Quién tuviera una amiga como Otilia
Publicado por Tok en 10:40 p. m.
Etiquetas: Anamaria Marinca, cannes, Cristian Mungiu, guillermo t. coyote, Laura Vasiliu, rumanía
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