lunes, agosto 10

Cartas desde París. Hoy el Norte de Louvre Les Halles.

El segundo arrondisment brota del centro turístico de la ciudad hasta dar al norte con el Palais Garnier. Este quartier es un barrio comercial de pocos (pero selectos) vecinos, boutiques de moda, galerías cubiertas, deslumbrantes joyerías y cafés de postureo.



El viajero parte desde el 228 de la rue de Rivoli, lindando con el jardín de Tuileries, para avistar la La Salle du Manege, lugar mítico donde se promulgó, el 21 de septiembre de 1792, la primera República. Enfrente se levanta el majestuoso Hotel Meurice (100 gramos de caviar más copa Dom Perignon de 25 centilitros, 350 euros). A nadie le extraña que este emplazamiento sirviera, durante la invasión germana de los años cuarenta, como cuartel general al comandante supremo de las fuerzas nazis, Von Choltilz, traje gris plomo, cruz gamada, botas negras brillantes, colmillos sangrientos.



Es necesario salirse del carril de la masa para ascender por la rue de Richelieu hasta toparse con el piso donde se sacaba las legañas a principios del siglo XIX Simón Bolívar, admirador de Napoleón Bonaparte, defensor de la dignidad humana y libertador de media docena de países latinoamericanos (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá). El mero hecho de su combate por la solidaridad entre los pueblos y su independencia bien merecen unas perlas de sudor en la frente.



Hay que seguir el noroeste en la brújula para localizar, cerca del boluvevar des Italiens, la estrecha rue de Amboise, donde se hallaba la cama de Henri Toulouse-Lautrec, pintor de talento que desafió las convenciones (y la moral) inmortalizando a prostitutas en el número ocho de esta calle, ahora convertido en el Hotel Opera-Lautrec, hospedería de japoneses. Ojo, su don, como deducimos de sus memorias, no sólo provenía de la correlación entre mano y pincel: “soy como una tetera, patas cortas y pitorro largo”.


Siguiendo las huellas de los inmorales es visita obligada el 7 de la rue Mandar, domicilio y picadero de uno de los grandes seductores de la historia, el insigne Giacomo Casanova. El fundador de la Lotería Nacional Francesa se sirvió de la ciudad para gozar los (infinitos) placeres que las mujeres dispensan: damas de la alta nobleza, criadas, jovencitas recién salidas del convento… según Historia de mi vida hasta un total de 122, incluida su hija, a la que, gracias a su, ejem, varita mágica, trocó en madre.


Más por apartarse de la tentación que del vicio, el viajero abandona la senda de la lujuria y enfila arriba la rue Montmartre hasta la esquina con la rue Croissant. Allá por el 146 hay un café histórico que recuerda, con una placa y un ejemplar de L’Humanité, el asesinato, en agosto de 1914, de Jean Jaurès, número uno de la socialdemocracia francesa, que consagró su existencia a difundir por Europa la paz entre los pueblos: “Muy triste sería que no pudiésemos evitarlo. ¡Hay que declarar la guerra a la guerra!”.



Finalmente, el viajero toma por bueno el consejo que le dan de visitar a una bruja de uñas largas para atemperar sus ánimos. Para ello escoge el número 25 de la rue Beauregard, donde antaño tenía su consulta-laboratorio la Voisin, la hechicera más depravada e influyente de la historia de Francia. Luis XIV se puso tibio con brebajes elaborados con sangre de feto, esperma de sapo, víscera de cabrón e hígado de murciélago que le suministraba su amante, asidua a las misas negras oficiadas por la nigromante. Pero el edificio ha sido remodelado y no halla rastro alguno de magias milagrosas, por lo que suspira, hunde sus manos en los bolsillos y retoma la marcha.

Javier Rambert