miércoles, agosto 12

Cartas desde París. Hoy, Saint Germain des Prés.


De poder rebobinar la cinta de la vida habría que hacerlo hasta un tiempo en el que la partida se jugara de verdad, a todo o nada. Sólo en esos momentos es cuando uno puede tomar conciencia de sí mismo. Conocer su propia medida. En los instantes trascendentes de la existencia se sabe si uno está hecho de corazón o de madera.


La ubicación del viaje del tiempo sería perfecta hacerla en Saint Germain de Prés. El VI arrondisment no es cualquier barrio. Se ha cimentado con ese material intangible de la épica. Este quartier ha proporcionado cobijo, calor y bebida a un sinfín de artistas, intelectuales y ciudadanos comprometidos. Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Robert Desnos o Antonin Artaud demostraron su valía en sus terrazas. Así han hecho míticos (e inaccesibles) lugares excepcionales, como la brasserie Lipp, Les deux Magots o el Café de Flore (una ensalada de tomate, terrina de foie y tres cañas: 65,20 machacantes).


Aquí es donde tenía su atelier Pablo Picasso. En el número 7 de la rue des Grands Augustins el maestro pinta el Guernica para la Exposición Universal de París. Cuando la ocupación alemana, los oficiales nazis le incordian día sí y día también en el taller. Él les distribuye tarjetas del cuadro: “Llévenselo, llévenselo de recuerdo”. “¿Lo ha hecho usted?”, preguntaban mosqueados. “¡No, fueron ustedes!”, respondía el artista.


Pero no nos detengamos en lugares comunes y esbocemos nuevos hallazgos. Como el de Sylvia Beach, a quien el viajero imagina obstinada, de Burgos y con unos perspicaces ojos verdes. Esta señorita abre, en el 12 de la rue de Tournon, la librería Shakespeare & Co., lugar de encuentro de los escritores de la Generación Perdida (Hemingway, Scott-Fitzerald, Dos Passos, Stein…).
Además de prestar libros, servir tés gratuitos endulzados con sirope de arce y alentar a los escritores sin blanca, la dama editaba. Entre otros, el Ulises, de James Joyce, que volvió a mecanografiar y publicar bajo su sello. La librería fue clausurada durante la invasión cuando Beach, audaz y valiente, se niega a venderle un ejemplar a un oficial de la Kommandantur.

En el 33 de la rue Dauphine se hallaba el Tabou, una microscópica sala de jazz capital en la época en la que París se rehacía después de la II Guerra Mundial. Allí animaban la noche los hermanos Vian. Boris, el rebelde, tocaba la trompeta de bolsillo, (la trompineta), pero, al poco, aparca el instrumento por fallo en los pulmones y promueve el Club St. Germain des Prés, con (ni más, ni menos) Duke Ellington, Charlie Parker y Miles Davis. El maese Vian siempre estuvo contra las injusticias, la violencia y los reaccionarios en todos sus escritos, incluidas sus canciones, prohibidas tras Indochina.



Al viajero le hubiera gustado, para terminar la agotadora jornada, recomponerse con una dupla de vino blanco más ración de ostras variadas en el Café Procope, el más antiguo de París (1675), situado en la rue de la Comédie Française. Allí acudían Voltaire, Diderot, Danton, Marat, Robespierre o el mismísimo Napoleón Bonaparte a conspirar contra el orden establecido. También George Sand, Paul Verlaine u Oscar Wilde, en otro tiempo, pasaron largas horas tragando coñac, acodados en sus mesas. Pero de nuevo ha de conformarse con degustar unos cacahuetes variados y una pinta de rubia 1664 en una terraza próxima de la rue Buci, tratando de discernir si el regreso al pasado no sería mejor posponerlo hasta dentro de un mes, en plena vorágine de septiembre.

Javier Rambert