viernes, diciembre 1

Aventuras en Scouseland: Capítulo Final.

Problemas para conseguir taxi. Cuarto de hora pasado de las 3, con el partido empezado llegamos a Anfield. La otra catedral de Liverpool. Como la mayoría de campos del mundo, por fuera no es gran cosa. Nos damos la vuelta al estadio y unos niños miran la entrada de Elektra como Bilbo el anillo en el cuello de Frodo. Dentro tenemos que levantar a una fila de hinchas y aunque el de seguridad nos dice que mejor esperemos a que termine una ocasión de gol, Scouse tira para adelante como los de Alicante y nosotros detrás. Ay mamá, que nos matan. Al final no pasa nada y acabamos pareciendo unos aficionados cualquiera.



Hacemos fotos, aplaudimos la salida al campo del mito Fowler y celebramos el gol de Gerrard. Algunos apuntes sobre los supporters ingleses: No fuman durante el partido, se esperan al descanso, no son especialmente ruidosos y parece que se puede llevar a los niños. Scouse dice que casi se duerme, mientras Feedu y un servidor cumplen un sueño.


Minuto 90, noche cerrada it’s time to go home. A la salida vuelan los fish and chips con salchichas. Me quedo con las ganas, pero hay que darse prisa en buscar un taxi para salir de Anfield Road, que no parece muy segura.

Aunque solo son las 6, parece que fueran las 9. La Tate nos cierra en la cara a las 5:50 y la gente desaparece de las calles. Nos damos una vuelta por el Albert Dock. Solos. Seguro que los de delante también son españoles.

En una explanada de césped (dios mío, aquí puedes pasar por él sin sentirte un criminal) nos encontramos con unos adolescentes. Le entiendo a uno algo sobre una drink así que me imagino que estarán de botellón. Scouse me dice que es poco probable. Con ese tema no se muestran demasiado flexibles. El look de la chavalería mola. Pantalones de pitillo un poco caídos, una mezcla de la estética de heavys y raperos, considerada hace unos meses un verdadero atentado al estilo según la Arena. En un puente una chica se peina delante de todos sus amigos y un adolescente gordo vestido con gabardina y camiseta metalera hace onomatopeyas raras.

Es la hora de un poquito de historia. Nos metemos en el barrio de la música. Algo así anuncian unas luces en la calle. Dentro pubs y más pubs. Son las 6 y poco y la gente ya ha cenado así que ya están bebiendo. Les sobran los abrigos pese a que nosotros vamos de parka. Pasamos por el Pub Grapes, donde se cocían John, Paul, George y Ringo y entramos en el mítico The Cavern por las mismas escaleras que debieron bajar los Beatles más de una vez. The Cavern no es la Disneylandia particular de los Fab Four. Venden alguna cosilla, pero es un pub de todas todas y a los parroquianos no parece hacerles mucha gracia que un montón de turistas acribillen con sus flashes la mítica boveda donde empezaron los Beatles. Dos dedos mis amigos. Allí donde pongo el ojo pongo la foto y de paso saco a una chavala jugando a la jackpot. Mooooola.

Volvemos a casa a descansar. Cuesta ser turista y más aún hacer de Cicerón. Quedamos con la colonia española para cenar en un italiano. Una inglesa muy guapa nos atiende magníficamente y no tiene ningún problema en descifrar mi timido “one earl grey” al final de la cena. Más problemas encuentra un camarero del Tea Factory en entender mi “one Coronita and one Stella”. A la Coronita la llaman Corona. La pinta de Stella estaba de muerte.

La mañana siguiente no da para mucho. Volvemos al John Lennon Airport, Paul tiene una Universidad, el resto nada de nada. Nos hacemos las prometidas fotos con el submarino amarillo. Tiene su tamaño. Un par de inglesas flipan mirando al Lau posar. Más flipo yo con la cámara que se gastan unas veinteañeras como ellas. Dentro, todavía hay tiempo para gastar las libras sueltas en algunos clásicos del colorín como Heat y Star, que vale 65p menos que Heat. Viva el marketing.

Se masca la tensión. Y eso que no sabíamos lo de la radiación en los aviones, que a mi me suena a la central nuclear de Springfield y goteras de verdes fluorescentes. A Elektra le hacen quitarse hasta las botas. En la zona libre de impuestos hay varios mini casinos. Lo peor es que están llenos. Un inglés juega al pool con un palo de billar atado a una pantalla.

Embarcamos y, puntualmente, despegamos. Mientras vemos Liverpool hacerse pequeñito desde la ventana, donde ahora se ha sentando Elektra, los de delante, las de atrás, los de más allá, todos los scouses del avión sacan sus billetes de 20 y empiezan a beber sus combinados de vodka, de ginebra y sus mini botellas de vino blanco. Es la una. Están locos estos ingleses.