El amor contenido es una forma de amar que utilizamos como mecanismo de defensa cuando la situación amenaza, -para nosotros o para alguien que deseamos-, un riesgo de herida en el corazón, donde cualquier arañazo se regenera con años de retraso. Al amor contenido se le ve venir, porque suele revelar los síntomas del enamoramiento en una versión comedida de nosotros mismos, algo así como si percibiéramos la experiencia envuelta en papel glad: vemos, pero no tocamos. El denominador común del amor contenido es permanecer mucho tiempo y de forma obligada con la persona en cuestión, lo que conduce invariablemente a una especie de síndrome de Estocolmo con música de Cole Porter, o de Nat King Cole, según casos. Se da con frecuencia entre compañeros de trabajo, entre hermanos (sólo en los casos más apasionantes), o como dice Wong Kar-Wai (Shangai, 1968), entre vecinos. Es un sentimiento jodido cuando se padece, porque no se consuma, languidece en el tiempo como una mala operación de rodilla, y si no se olvida pronto, te lleva a un callejón en el que es obligatorio escalar un muro incisivo en donde siempre te dejas algún jirón o, a veces, hasta te partes la crisma. En suma, el amor contenido es una forma de amar muda, dolorosa, que sólo se resuelve con unas copas en el Bada Bing! de Tony Soprano, o con un kilo de ibuprofeno.
Esta experiencia la transmite de una forma infinitamente más poética el director de cine Kar-Wai en el exquisito título Deseando amar, In the mood for love (Huayang Nianhua, 2000), que es en sí mismo toda una declaración de intenciones. La película es un ensayo a lo nouvelle vague sobre el amor, que también repara en territorios tan interesantes como la soledad o la introspección. Para esta lucha contra el desamor (o contra el amor, según se mire) atavía el chino con escuadra y cartabón a sus dos protagonistas, al señor Chow (Tony Leung, un actor de la hostia) y a Li-Zhen (Maggie Cheung, que debió derretir al director de casting con un leve parpadeo) y los hace moverse por el Hong Kong de los sesenta, que es algo así como un catálogo de pret a porter, un tratado sobre el buen gusto, sofisticado, en donde todo está iluminado con detalle. Además, para que lo padezcamos debajo de nuestra piel de reptil, Kar-Wai filma todo esto con la misteriosa sustancia que traspasa la aleación de una cámara de raso, una atmósfera lluviosa y un concierto de violines.
Un hombre como el señor Chow, (o como yo), capaz de levantarse en la noche de perros de su propio funeral a cortar algo de leña para que los muchachos entren en calor, es un escritor con el que alterna Li-Zhen, cuando las parejas de ambos les engañan manteniendo una relación amorosa. A partir de este momento, la pareja protagonista se pega con pegamento imedio y comienza un inesperado juego de psicodrama que les resulta de suma ayuda para afrontar la relación con sus cónyuges y por extensión, con el resto de su vida.
Toda la narración se observa desde el quicio de la puerta, desde la esquina de la calle o desde el descansillo de la escalera, como si estuviéramos robando fragmentos de conversaciones que no nos perteneciesen. Trozos de puzzle sin instrucciones que cada uno debe montar a su antojo, como haya aprendido o le hayan enseñado. En esta cinta, atención, la historia no se cuenta, se sugiere. Ya anticipo que hablamos de sentimientos, de emociones, porque es una experiencia conmovedora, que arrebata por su belleza, su elegancia y su sensualidad. Para alcanzar este grado de plasticidad y estética, el director de cine no habla, recita, o mejor, susurra una historia contada en cine moderno, a la que se le advierte la sensibilidad oriental de los dioses de ojos oblicuos. La de Mizoguchi, Kurusawa, Ozú y tantos otros. (No ver Los cuentos de la luna pálida (1953), Dersu Uzala, (1975) o Viaje a Tokio (1953) es un Necesita Mejorar en el boletín de notas de este primer cuatrimestre).
Así, este ejercicio de estilo que algunos califican de artificio, se lleva a cabo con una técnica impecable, con un montaje concienzudo que sirve para marcar el ritmo de un metrónomo de cuerda tan sólo alterado por la utilización de los boleros. Cada vez que pinchan uno en la película, se consuma el prodigio de detener el tiempo. Utiliza también herramientas de ese bazar de materiales que es la poesía, como la repetición de escenas, las elipsis temporales o los fueras de campo, lo que hace que contenga varias dimensiones de sentimiento y requiera de la implicación emocional del espectador.
Para hacer esta peli se necesita cultura, sensibilidad y lucidez. Materiales que si bien no escasean, son difíciles de encontrar.
El dato
Cuando el conjunto de Hong-Kong dejó de ser una colonia de Gran Bretaña para regresar al control chino, el Gobierno Popular de Pekín prometió que durante cincuenta años todo permanecería intacto en la región. El Hong-Kong de 1997 mantendría su forma de vida, sus derechos, sus libertades, su naturaleza capitalista. Un país, dos sistemas, se dijo. Wong Kar Wai leyó la noticia en la isla de Shikoku, al sur del Japón mientras sorbía un bol de fideos blancos udon. Pensó entonces en algo que permaneciera invariable dentro de ese tiempo, y concluyó que el amor no consumado es lo que produce la penitencia más perdurable. 2046 era la historia, pero para dar más profundidad al tema se decidió por hacer primero In the mood for love. Deseando amar es el antes, mientras que 2046 es el después del señor Chow.
Epílogo
Paseaba por la Via Beneto, rebotando con la Vespa por el empedrado, cuando encontré una cría desmayada en la acera. Parecía una delicada muñeca de cerámica cubierta por un entallado traje verde, de cuello de cisne y manga francesa. Saltó de Blow Up y para desvanecerse en Roma. Era Alba Rosetti. Una niña preciosa. Detuve la moto y traté de reanimarla. Tardó unos segundos en despertar. Cuando al fin abrió los ojos y descubrí el verde de su mirada, me vino al estómago una coz que hizo que entendiera en todo su significado aquella estrofa que sonaba las mañanas de los domingos en casa de mi madre: No saben las tristezas/ que en mi alma han dejado/ aquellos ojos verdes/ que ya nunca olvidaré…
Guillermo T. Coyote
martes, diciembre 5
Cuando el amor duele
Publicado por Tok en 12:39 p. m.
Etiquetas: coyote
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