viernes, agosto 7

Cartas desde París. Hoy, Gare de Lyon, Nation y Bercy.


La parte meridional del 12 arrondisment es un barrio que mezcla modernidad, bonanza económica y buena salud. Basta pasearlo durante el fin de semana para contemplar decenas de chándales acercarse con el cronómetro, la bicicleta o el balón entre los pies desde la Promenade Plantée al bois de Vincennes para desentumecer los músculos.

Bercy estuvo durante mucho tiempo separada del resto de la ciudad, pero ahora se ha agarrado a la capital por la orilla izquierda gracias a la magnífica Pasarelle Simone de Beauvoir, un viaducto de madera desde donde se puede delirar con la inmensa cultura almacenada entre los cuatro colosales edificios de la Biblioteque Nationale de France.

Este quartier posee otros edificios destacados, como el Palais Omnisports, continuamente violentado por atractivos skaters sin camiseta que ruedan su granito sin principio ni final, el descomunal Ministère de l’Economie o la agradecida Cinémathèque Française, donde se puede saborear desde una cerveza fría en la terraza a cualquier filme del agudo Jacques Tati (6 euros tanto el líquido elemento como la película).

Hacia el oeste, bordeando el barrio chino, se levanta, desde 1920, el edificio de Les Frigos, antiguo almacén de transportes de corte berlinés convertido ahora por el ayuntamiento de París en un centro de artistas en donde conviven, se emborrachan o trabajan pintores, bailarines, fotógrafos, escultores o cantantes de música indie de todas cunas. El viajero se cuela por su puerta graffiteada y en el segundo piso lo descubre un autor canadiense y su socio senegalés, Malokelé, un cuarentón, músico de afropunk, que lo agasaja con hierba, un vaso de plástico rellenado hasta el borde con pastis, (aguardiente que mezcla anís y zumo de limón) y mucha buena onda.

Después se necesita preguntar, una brújula y cierta dedicación para encontrar la rue Charles-Bossut, oculta entre la Gare de Lyon y la Avenida Daumesmil, pero poco más de un segundo para localizar el quinto piso sin ascensor donde vivió Enrique Líster, fundador de la Quinta Columna del ejército republicano español. Cuentan que cuando el gallego habitaba en París para crear un movimiento guerrillero su domicilio era continuamente registrado por la policía francesa sin encontrar nada más comprometedor que un par de calcetines mal zurcidos.

Pero al viajero le hubiera gustado ver la cara del inquilino que heredó el piso cuando al deshollinar la chimenea descubrió, dentro de la misma, dos cajas de balas y un revólver Walter 9 mm. Pistola, por cierto, a la que don Antonio Machado dedicó unos versos consecuentes de los que el viajero ya no recuerda más que el eco: “Si mi pluma valiera tu pistola de capitán, qué contento moriría.”

En el ocaso de la tarde el viajero descansa la jornada recostado en una de las hamacas del Parc Leonard Berstein, al cobijo de una pinta de Leffe, observando un improvisado partidillo de fútbol entre un grupo de jóvenes de diferentes etnias. Una reconfortante visión la del deporte por el deporte, sin más recompensa que transpirar, hacer amigos y quizás, un buen papel.

Los celosos ojos del viajero enfocan cada lance del juego a la espera de redescubrir el recorte afilado en banda de David Ginola (primer futbolista en anunciar un champú), la exuberante potencia africana en la carrera de George Weah o el elegante pase de media distancia sin agachar la cabeza del brasileño Raí, por citar a tres grandes jugadores que militaron en la época dorada del PSG de los noventa.

Javier Rambert