domingo, junio 10

Frank versus Fabio


Frank amanecerá el sábado con su pijama de rayas verticales y se bajará enseguida al garaje-estudio a ver si es capaz de ajustar la quinta marcha de la caja de cambios blaugrana. Antes, cuando era un apuesto medio centro con el ocho a la espalda, Frank no se confiaba sólo a las artes de la velocidad y la habilidad, tenía las condiciones del todoterreno. Pintado su chasis en rojo y negro, se entendió con Ruud Gullit en cortos pases precisos que se ajustaban al empeine, y con Marco Van Basten en largos pases curvos que se envenenaban sobre la media luna del área. Convirtió la presión sobre la línea medular en la más efectiva de las estrategias, levantó dos copas de Europa mandando una cohorte en aquel ejército del general Sacchi y algunos espectadores hubimos de llorar sus centros casi tanto como los admiramos en la Alemania del 88.

Fabio en cambio madrugará en su estoica trinchera del frente del Ebro, y revisará en la sala de banderas la topografía de la sierra aragonesa para escudriñar algún desfiladero donde apostar a sus francotiradores. En pantalón corto y corriendo por un terreno de juego, Fabio tuvo el talento reiterativo del tornero fresador. Para él, la pelota nunca mereció la consideración estética de una pompa de jabón, ni representó la abstracción poética del globo terráqueo. Con su filosofía italiana, el fútbol sólo se entendía entre el paréntesis del esfuerzo físico y el otro paréntesis del disparo a puerta. El regate, la finta y la tramoya eran cosas de amanerados, teorías de artistas, hipótesis de trabajo de vagos.

Como entrenador, Frank ha heredado de las escuelas holandesas el fútbol ofensivo, y de sí mismo una determinación biliar por la victoria. Su carácter se dibuja con una mezcla de tirabuzones, chaquetas osadas y cajetillas de cigarros que desembocan en un estilo educado en la sala de prensa y ofensivo en el campo. En la cancha, Frank no defiende, organiza a su equipo como un compenetrado comando de ingenieros que, entre ceja y ceja, planean una campaña de invasión de la que sólo regresarán con un botín de goles.

Fabio, al contrario, se ha refugiado en la grave silueta de un Comisario. Encarna el espíritu de la cúpula del estado policial. Viste clásico: traje azul marino, pantalón de pinzas gris marengo y camisa blanca impoluta. El escudo de su equipo bordado, como la estrella del sheriff, cerca del pecho. Por su carácter de tipo duro e inflexible prefiere las guerras de desgaste a las de conquista. Domina el oficio de la especulación, doctorado en títulos, aprieta las mandíbulas cuando pierde y… también cuando vence.

En cualquier caso, termine como acabe y por encima de nuestros cálculos, la gloria se repartirá injustamente. El ganador se erigirá en el nuevo Napoleón y, huyendo de la rendición de Breda, el perdedor alcanzará las cotas más altas… del sumidero.


Capitán Akab


Nota: esta crónica estaba redactada para ser leída ayer, por problemas ajenos al autor no ha sido posible su publicación hasta hoy. Pedimos disculpas por el retraso tanto a nuestro coloborador como a sus fieles lectores. La Dirección.