martes, junio 5

Y yo con estas bragas...


Como reacción a tantos programas dedicados a las operaciones estéticas más radicales, nace Desnudas. Esta propuesta de Cuatro quiere que aprendamos cuán bellas somos sin necesidad de pasar por la tiranía del bisturí. Qué raro, los hombres no aparecen aquí en lugar ninguno, parecen no tener este problema (será que a ellos no se les exige ser guapos). Pero no quiero reivindicar mi posición de feminista radical, tranquil@s, hoy no os pediré que queméis los sujetadores.

He de reconocer que el programa me ha hecho tilín, ya que responde a uno de esos enamoramientos incondicionales que no atienden a razones. Para que engañarnos, a todos nos gusta que nos digan lo guapos que somos aunque ya lo sepamos. Como dicen las abuelas a nadie le amarga un dulce. Además, Desnudas nos ha permitido conocer una nueva figura mediática que podría dar que hablar, el diseñador Juanjo Oliva. Éste se ha erigido como la versión posmoderna y estilosa de la sin par Elena Francis, alguien con quien poder sincerarte de tus más apremiantes e íntimas cuitas: que si tengo los muslos muy fofos, que mis tetas son tan pequeñas que casi ni las encuentro o que mi culo es tan grande como el mapa de España. Esas cosillas que sólo revelamos a nuestra mejor amiga so pena de muerte. Y es que en eso se ha desvelado el siempre atento Juanjo: en nuestro más leal confesor, en ese mejor amigo gay que todas queremos tener porque nos entiende como ningún otro espécimen masculino puede hacerlo. Además, él se entrega a su misión en cuerpo y alma, repitiéndote hasta la saciedad lo bellísima que eres y toqueteándote con sumo cuidado pero sin pausa, porque ya se sabe que el roce hace el cariño, propio, se entiende (hay una estupenda teoría sobre las endorfinas, la serotonina y los abrazos que ahora no voy a esgrimir).


El caso es que lo primero que hacen es desnudarte y dejarte en bragas. Ellas venga decir que es un trago espantoso, como si no lo supieran de antemano. Y una mierda, porque sino de que van a llevar todas el mismo modelito de ropa interior, un recatado conjunto negro. Vamos, a mi me pillan un día de esos que me da por mi versión más punk y se llevan un susto que… Pero no desvelaré intimidades, que otros lo hacen más y mejor. El caso es que con tan exigua protección te hacen enfrentarte así, de pleno y sin anestesia, a tus peores traumas ante un espejo inclemente. Pasada la prueba de fuego, sin lipotimia de por medio, te hacen conducen al saloncito para que veas como todo Madrid ha disfrutado de tus turgentes carnes en una pantalla panorámica. Y con una mueca crispada de estupor, la víctima contempla como todos valoran aquello que ella abomina e incluso resaltan virtudes y encantos que una nunca se había percatado. Ahí se demuestra que no hay peor enemigo que uno mismo y lo dados que somos a la crítica autodestructiva. Como el programa combina sabiamente una de cal y otra de arena, la prota habrá de pasar por otra tortura. De nuevo desnuda, hay que ver cómo le sacan provecho al título en cuestión, hacen que se coloque dentro de una fila de mujeres también en paños menores que destacan porque ostentan el mismo punto flaco que la invitada (unas caderas muy anchas, una barriga prominente, un culo demasiado resultón...). La gracia del juego psicológico es que la traumatizada siempre se sitúa en el lugar equivocado, ya que percibe su “problema” mayor de lo que realmente es.


Luego ya viene la parte bonita que nos gusta a todas, la fantasía de reina por un día: te llevan de tiendas sin estrés ninguno, eligiéndote la ropa para que parezcas un figurín, te peinan y te maquillan que ni supermodelos oiga (ese Juan con ese tupé lo quiero para mí) y te hacen un book donde apareces esplendorosamente y elegantemente desnuda. Aunque ahora parezca Mercedes Milà con lo del experimento psicológico, lo que me parece realmente interesante de este programa es que evidencia lo distorsionada que tenemos nuestra propia percepción y lo crueles que podemos ser con nosotros mismos. Menos mal que siempre tendremos buenos consejeros como Juanjo, sino siempre nos quedará comprarnos el librito de marras del programa, por cierto firmado por la dueña del Lab Room (que haríamos algunas sin él).







Inédita